jueves, 2 de agosto de 2007

e-democrático Nro. 003

Al maestro de la patria

Escribe: Luis Fernando García Núñez

No sé que decirte profesor Moncayo. No sé que escribirte, ni como dirigirme a ti. A un hombre sensato. A un patriota. A un verdadero patriota. Y menos sé como hacerlo en estos tiempos amargos, en estos tiempos de canallas. No sé que decirte. Todo me duele, pero tu voz y tus pisadas que retumban toda la patria, suenan en mi conciencia y me tranquilizan. Ni un tiro has enviado y ya sabemos de tu existencia. No has ordenado bombardear y ya sabemos que eres maestro, ni un grito has proferido y sabemos todos de tu presencia. No has mentido. Sabemos que vienes de Sandoná, del sur de la patria y que nada te has robado, ni a nadie has herido, y tu presencia se ha triplicado por los caminos de la patria. Tú no pides votos, ni prometes nada, solo pides que regrese tu hijo, que regresen todos los hijos. Tu verbo solo implora justicia, amor. Tus cadenas desbordan todas las palabras existentes. Tú no presencias fastuosos desfiles militares, pero tus ideas traspasan todos los límites. Tú no condenas, pero sabemos el valor de tus suplicas. Maestro, aún no sé que decirte. Ya eres un río inmenso de la patria, eres también una montaña, eres el mejor poema y la mejor razón. Por eso creo que no puedo decirte nada. Habrá quienes te odien, pero nosotros te amamos, maestro que sabes que la geografía se recorre, que la justicia se enseña con ejemplos, que el valor se construye con ideas, con la voz y no con el trueno. Es que eres eso, la melodía y la armonía que nos faltaban. Tú construyes, los otros, los hipócritas, los falsarios, los criminales, los poderosos, destruyen: ellos te odian, maestro. Pero estos senderos infinitos te vieron y te oyeron para siempre, por los siglos de los siglos, y ya nada podrá borrar tu presencia serena, tu voz libertaria, tu conciencia transparente, tu razón limpia, tu entrega. Llevaremos siempre tu voz en nuestra memoria y la patria ya no podrá ocultar el gemido de los pequeños que tú simbolizas. Habrá quienes no crean en tus fatigas, habrá quienes te denigren, pero esas serán las voces de la amargura, de los despreciables que nos hundieron en el lodazal infame de la violencia, los que quieren la metralla porque nos les alcanza el fuego de la palabra, ni tienen las ideas ni la luz de la razón. Yo no sé que decirte maestro. Mi verbo está perplejo. Siento tu voz y entonces me conmuevo, y veo la esplendidez de tu lucha y siento, maestro, que debo decirte algo. Debo decirte que eres una lección, la mejor de todas, la lección del valor, de la decencia, de la inteligencia, de la presencia. Sí maestro. Esta travesía es una lección profunda, una lección de Colombia. Es la lección de las víctimas que tú representas, de los dolientes y doloridos seres que hemos dejado solos. Es la voz multiplicada de todos los huérfanos, de las viudas, de los desplazados. Cuando vuelvas a Sandoná serás un héroe y la patria tendrá tus energías volcadas en tus horas de sueños perdidas, y entonces todos sabremos decirte que queremos que tu hijo vuelva, que vuelvan todos los hijos, todos, y que los ríos vuelvan a sus cauces, y que los vientos sean buenos augurios, y que los poemas te puedan decir todo lo que deben decirte. Maestro yo quiero que tu hijo vuelva, quiero que vuelvan todos los hijos, quiero que los fusiles se conviertan en ideas, quiero que la vida sea para todos. Yo quiero que tu hijo vuelva, que vuelvan todos los hijos de la patria, quiero eso, y quiero que la patria sea de todos, convertida en una fiesta, en la mejor fiesta de todos los tiempos. Sólo ahora sé maestro que eso quería decirte, que tu hijo vuelva vivo, que vuelvan vivos todos los hijos de la patria. Queremos que vuelva Emmanuel y sus padres y vuelvan todos los soldados, los unos y los otros, y la patria sea el refugio de todos y suenen por siempre los otros himnos. Nuestros himnos. ¡Que vuelvan vivos todos los hijos de la patria!

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